miércoles, 3 de junio de 2009

La venus en los ojos de Marius

2:24

Esta es una de las partes que más me gustan de "Sangre y oro" el libro de Anne Rice donde se narra la vida de Marius, un hijo del mileni, creador de Armand y maestro de Lestad, por muchos años cuidador de los que deben ser custodiados, espero que lo disfruteis tanto como yo...




Un lienzo gigantesco cubría el muro, y a pesar de que había supuesto que
contemplaría una pintura de carácter religioso, aunque sensual, poseía un rasgo distinto,
inédito, que me dejó de nuevo estupefacto.
Era una pintura grandiosa, como he apuntado, compuesta de diversas figuras, pero,
a diferencia de las pinturas romanas, cuyo tema me había confundido, el de esta obra lo
conocía bien.
Allí no aparecían santos, ángeles, Cristos o profetas, no.
Tenía ante mis ojos una soberbia pintura de la diosa Venus, desnuda en todo su
esplendor, con los pies apoyados en una concha, la dorada cabellera agitada por una
leve brisa y los ojos de expresión soñadora mirando al frente. La acompañaban sus fieles
servidores, el dios Céfiro, que con su soplo emite una brisa que la conduce a tierra firme,
y una ninfa tan bella como la diosa que extiende la mano en señal de bienvenida desde
tierra.
Respiré hondo y me cubrí la cara con las manos. Luego, cuando retiré las manos de
mis ojos, comprobé que la pintura seguía allí.
Sandro Botticelli exhaló un leve suspiro de impaciencia. ¿Qué podía decirle yo sobre
su extraordinaria obra? ¿Cómo podía expresarle la adulación que sentía?
—Si vais a decirme que os parece escandalosa y perversa —dijo Botticelli en tono
grave y resignado—, no os molestéis, porque lo he oído mil veces. Si lo deseáis, os
devolveré vuestro oro. Lo he oído mil veces.
Me volví y me postré de rodillas, tras lo cual le tomé las manos y se las besé
procurando mantener los labios cerrados. Luego me levanté despacio, como un anciano,
apoyándome en una rodilla y después en la otra, y seguí examinando durante largo rato
la pintura.
Contemplé la figura perfecta de Venus, cuyas partes íntimas quedaban ocultas por
su abundante cabellera. Contemplé a la ninfa con la mano tendida y sus voluminosos
ropajes. Contemplé al dios Céfiro y a la diosa que lo acompañaba, y todos los minúsculos
detalles de la pintura quedaron grabados en mi mente.
¿Cómo es posible? —pregunté—. ¿Cómo es posible que, después de un período
interminable de Cristos y Vírgenes, hayáis decidido por fin pintar un cuadro como éste?
Botticelli, aquel hombre paciente y discreto, profirió otra breve carcajada.
—Es cosa de mi patrono —dijo—. Yo no domino el latín. Me leen poesías. He
pintado lo que me pidieron que pintara. —Se detuvo. Parecía preocupado—. ¿Os parece
un cuadro pecaminoso?
—En absoluto —contesté—. ¿Deseáis saber mi opinión? Creo que es un milagro. Me
choca que me preguntéis eso. —Miré de nuevo la pintura—. Es una diosa —dije—.
¿Cómo no va a ser una obra sagrada? Antiguamente, millones de personas la adoraban
con veneración. Antiguamente, la gente se consagraba a ella con devoción.
—Es cierto —respondió Botticelli con voz queda—, pero es una diosa pagana y no
todos piensan que es la patrona del matrimonio, como se dice. Algunos aseguran que es
una pintura pecaminosa, que no debo realizarla. —Dejó escapar un suspiro de
resignación. Quería añadir algo, pero intuí que no hallaba las palabras justas para
expresarlo.
—No hagáis caso de esas críticas —dije—. Posee una pureza como pocas veces he
visto en una pintura. El rostro de Venus, tal como lo habéis plasmado, le da el aspecto de
una criatura renacida pero sublime, una mujer divina. No penséis en el pecado cuando
trabajéis en esta pintura. Es un cuadro vital, elocuente. No os dejéis atormentar por la
idea del pecado.
El pintor guardó silencio, pero yo sabía que estaba dándole vueltas al asunto. Me
volví y traté de descifrar su mente. Era caótica, estaba llena de dudas y de sentimientos
de culpabilidad.

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